viernes, 21 de septiembre de 2018

Hipocresía a la orden del día

Si me preguntaran cuál sería el defecto que de verdad nunca soportaría, sin titubear respondería: la hipocresía. Si bien reconozco sus ventajas en un mundo diplomático y con apariencias de pacífico, tiene su correcta aplicación en política, economía y relaciones laborales.
Cuando la hipocresía ya se apodera de una amistad, de un amor, de una familia, la condena al total fracaso, por una lógica razón: cada uno de esos lazos que unen a las personas tienen su principio en el respeto y cariño, y florece con la sinceridad y entendimiento.
Las personas recurren a ella en busca de mantener una supuesta paz en las relaciones que alguna vez consideraron importantes en su vida, y tienen miedo de perderlas, porque en el fondo saben que la pierden por su falta de construcción en la misma, por su dejadez y capricho. Les es más fácil limitarse en su zona de confort y recitar frases inteligentes para apariencia intelectual, pero no saben que quién las observa se dan cuenta de su accionar ilógico, carente de toda posible regla racional, hueco e innecesario.
Si hay algo que deben romper en este mundo son los grupos de amigos hipócritas, de esos que te sonríen de frente y por detrás recitan cada uno de tus defectos como si fuera una oración de la Iglesia Católica, en donde existe la caradurez de hacerte creer que haces mal las cosas y vestirse de ejemplo, cuando hicieron lo mismo que uno y jamás se los cuestionó, de esos que pretenden tomar una apariencia comprensiva pero lo único que pueden comprender está contenido en su cerebro, no ven más allá de si mismos y sus narices. 
Las personas cambian, y pueden volverse hipócritas. Duele perder amistad de años, pero más duele convencerte a ti mismo que esa relación hipócrita es una amistad sincera y desinteresada. Si alguien es tu amigo, si alguien te quiere de verdad, te comprenderá, a pesar que no hagas lo que esa persona en ese mismo momento desee que hagas.